Buster Keaton jugándose el cuello en cada escena
Imagina a Buster Keaton en 1924, de pie sobre un tren en movimiento. El aire le golpea el rostro con fuerza, pero su expresión, esa máscara estoica que lo caracterizaba, apenas se altera. No hay CGI, no hay dobles de riesgo, solo está él, el tren y el mundo que ha decidido ignorar las reglas del peligro. Está rodando “Sherlock Jr.”, y para Keaton, el cine es más que contar una historia: es un pacto con lo impredecible, con lo que no se puede controlar ni prever.
En una escena diseñada con precisión, su personaje corre a lo largo del tren. Un depósito de agua está en lo alto, y la idea es que, justo en el momento adecuado, la compuerta se abra y el agua caiga, empujándolo hacia las vías. Sobre el papel, la coreografía es simple: Keaton se levanta, el tren sigue adelante, la vida continúa. Pero la vida real no siempre sigue el guion.
Cuando el agua cae, lo hace con una fuerza que nadie, ni siquiera Keaton, había anticipado. Lo derriba como una marioneta y su cabeza se estrella contra el raíl de hierro. Queda tendido en el suelo, sin moverse. Hay un momento de silencio que podría haber sido eterno. Luego, casi como si nada hubiera pasado, Keaton se levanta. Se sacude el polvo, se ajusta el sombrero y sigue trabajando.
Durante años, ni él ni su equipo sospecharon lo que realmente había ocurrido. Décadas después, en una revisión médica rutinaria, un doctor le informó: “Tienes una fractura de cuello. ¿Has sufrido alguna vez un golpe grave?”. Keaton, siempre tan inmutable, apenas levantó una ceja. Recordó el golpe, claro, pero nunca había pensado mucho en él.
La vida siguió adelante, y él continuó rodando películas, desafiando la gravedad y la lógica, caminando por el filo de la catástrofe como si fuera un acto cotidiano. Pero aquella fractura de cuello, ese accidente que bien pudo haber terminado con todo, quedó como un pequeño secreto entre él y el cine.
El cine, para Buster Keaton, nunca fue una cuestión de seguridad o comodidad. Era una cuestión de estar vivo en un sentido absoluto, de abrazar el riesgo y la incertidumbre con la certeza de que, mientras las cámaras siguieran rodando, él también lo haría.