Will H. Hays, Joseph Breen y el Production Code
En algunas ocasiones ha aparecido por aquí directa o indirectamente la "caza de brujas", no sólo porque me interese el tema especialmente, que también, sino porque modificó y alteró sustancialmente todo lo relacionado con el universo hollywoodiense.
Y si aquel episodio castigó, con efecto retroactivo, a quienes dirigieron, escribieron o interpretaron "material políticamente subversivo", otro acaecido quince años antes también había marcado lo que se podría ver, escuchar y entender en cualquier película que pretendiera estrenarse en los circuitos comerciales.
Ya en 1922 se había creado una asociación de productores y distribuidores (MPPDA) capitaneada por el inefable Will H. Hays cuya función era "limpiar" la imagen de moderna Sodoma y Gomorra que muchos ciudadanos comenzaban a tener de Hollywood y acallar las protestas de pequeños distribuidores provincianos que amenazaban con no proyectar más películas "indecentes". Hays preparó una lista con lo que no debería de aparecer en los films, pero entre que los productores no tenían ninguna intención de posicionarse en contra de lo que les daba dinero y que al pobre Hays no le hacía caso nadie, todo siguió más o menos igual.
El primer Production Code propiamente dicho se redactó en 1930, cuando los defensores de la moralidad comprobaron escandalizados que además de ver cosas horribles en las pantallas, de un tiempo a esa parte también podían escucharlas. El sonoro había multiplicado por mil la obscenidad y la impudicia. Pero quien esté familiarizado con el cine de los primeros años 30 ya sabe para lo que sirvió aquel documento: para nada.
Al menos, hasta que llegó la infame Catholic Legion of Decency. Esta gente se puso tan pesada (y tenía tanto poder) que obligó a los estudios cinematográficos a desarrollar un método por el cual el código, ampliado y endurecido, fuera respetado de una vez por todas. El procedimiento que se les ocurrió no podía ser más sencillo y eficaz: todas las producciones deberían ser aprobadas antes de su estreno. Dicho de otra manera, censura pura y dura.
La fecha clave fue el 1 de julio de 1934. A partir de ese día, ninguna película podía proyectarse sin pasar antes por la oficina de Joseph Breen. Will Hays seguía por ahí, pero fue Breen el que dedicó todos sus esfuerzos como cabeza visible de la Production Code Administration para que nada de lo que él consideraba pernicioso para las buenas costumbres superase su implacable filtro. Viendo que aquello iba muy en serio y que Breen le cogía gusto a la tijera, los estudios se apresuraron a enviarle los guiones de cualquier film que tuvieran en mente realizar, no fuera que varios meses de trabajo y enormes cantidades de dinero se quedaran en la mesa del amigo Joe.
Hubo que esperar a 1967 para que el código dejara de aplicarse, aunque en 1952 una decisión del Tribunal Supremo estadounidense cambió considerablemente (al menos en la teoría) la situación. Las películas, que hasta ese momento no eran reconocidas oficialmente como un medio de comunicación, pasaron a estar protegidas por la Primera Enmienda y por lo tanto la libertad de expresión debería prevalecer ante cualquier intento de censura.
Teniendo en cuenta para lo que había servido esa enmienda (y la quinta también) durante la "caza de brujas", nadie se atrevió a volver a los tiempos en los que la prostitución, el adulterio, los desnudos, la homosexualidad, y las demostraciones pasionales más o menos explícitas campaban a sus anchas en el cine comercial, pero al menos permitió que muchos films europeos se proyectaran en EE.UU. y que algunos cineastas se atrevieran a estrenar sus películas sin la correspondiente autorización, pero de eso ya hablaremos cuando llegue su momento.
Kaya
8 años agoMuy interesante. Vaya cara la del amigo Hays.
Betty
8 años agoEs el Nosferatu de las buenas costumbres. A mí me cae bien.